El debate presidencial: mucho ruido y pocas nueces


Por: Miguel Cabrera Tobar
El tan anunciado debate presidencial terminó siendo más un desfile que un verdadero intercambio de ideas. ¿Ganadores? Ninguno. ¿Propuestas claras? Tampoco. Lo que quedó fue una nube de palabras que a duras penas logran captar la atención de los votantes indecisos, y un formato que, aunque visualmente atractivo, no cumplió con su objetivo principal: ayudar a la ciudadanía a elegir.
Un minuto y medio de todo y nada
El formato intentó ser equitativo: cada candidato tuvo 90 segundos para abordar temas específicos. Parece razonable, pero multipliquemos eso por 16 candidatos y añadamos varias rondas de intervenciones. El resultado fue un maratón de respuestas que, lejos de generar claridad, sumergieron al espectador en un remolino de generalidades y frases de cajón. La falta de profundidad fue evidente. Era como pedirle a alguien que arme un rompecabezas con piezas de diferentes juegos.
El moderado esfuerzo del comité organizador por estructurar el debate quedó corto. Las preguntas, abiertas en exceso, permitieron a los candidatos divagar, y el formato terminó por desdibujar cualquier intención de generar confrontación genuina. Y como si fuera poco, muchas respuestas terminaron repitiendo lo mismo de siempre: “pan, techo y empleo”.
Primer grupo: cuando hasta las corbatas tienen más personalidad
En el primer grupo, el desfile de trajes oscuros aportó una monotonía visual que no ayudó a mantener despiertos a los espectadores. Las corbatas llamativas fueron, literalmente, lo más colorido de la noche. En cuanto a las ideas, la gran mayoría coincidió en los mismos tópicos de siempre: mano dura, más inversión privada, dinamización energética… Lo mismo que escuchamos elección tras elección.
Henry Cucalón logró destacar un poco en el tema energético. Al menos se notó que había estudiado.
Francesco Tabacchi fue el único que se animó a incomodar, descolocando a Daniel Noboa con un golpe bajo (pero efectivo) sobre los niños de Las Malvinas.
Jorge Escala no salió del discurso estatista de siempre, lo que generó más bostezos que interés.
Henry Kronfle, en un giro extraño, intentó convertir a Rafael Correa en su enemigo número uno, aunque eso pareció más un acto de teatro que una postura real.
Luis Felipe Tillería y Juan Iván Cueva debutaron en la política con promesas imposibles y discursos que recordaban más a un mal imitador de Javier Milei que a candidatos serios.
Daniel Noboa, por su parte, aprovechó para vender gestión sin mucha oposición. Su serenidad fue efectiva, aunque el debate carecía de mecanismos para verificar sus afirmaciones. Salvo el puyazo de Tabacchi, pasó el examen sin despeinarse.
Segundo grupo: un poco más de chispa, pero igual de vacío
El segundo grupo tuvo algo más de dinamismo, aunque tampoco hubo grandes momentos que marcaran la jornada.
Andrea González fue la única que pareció entender que un debate es para pelear ideas y no para recitar discursos. Sus ataques al correísmo y a Luisa González fueron lo más destacado de la noche.
Luisa González, en cambio, arrancó nerviosa y desperdició la oportunidad de capitalizar la ausencia de Noboa. Sus respuestas quedaron en el terreno seguro del correísmo, sin arriesgar ni innovar.
Pedro Granja intentó robar votos dentro de la izquierda con ataques directos, como cuando desempolvó el escándalo de la narcovalija. Al menos puso a Luisa a la defensiva.
Carlos Rabascall y Enrique Gómez no lograron salir del anonimato. Si no los menciono más es porque, sinceramente, ni ellos parecieron tener algo que decir.
Víctor Aráus dejó más memes que ideas, gracias a un traje que parecía sacado de una novela histórica.
Leonidas Iza desaprovechó una oportunidad de oro para marcar distancia con el correísmo. Fue de menos a más, pero nunca llegó a brillar.
¿Qué quedó?
Si el objetivo era ayudar al electorado a decidir, el debate fracasó. No hubo ideas fuertes ni propuestas memorables. En lugar de un choque de posturas, tuvimos un evento donde nadie arriesgó y, por tanto, nadie ganó.
Dicho esto, la importancia de conocer a los candidatos sigue siendo crucial para ejercer el voto de manera consciente. La democracia, a pesar de sus tropiezos, sigue siendo el único camino. Aunque estas cuatro horas de "pura democracia", de 7 a 11 de la noche, probablemente no sirvieron de mucho, es vital que como ciudadanos sigamos atentos, escuchemos y evaluemos. Al final, votar es un derecho y una responsabilidad que define el rumbo del país.
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