Fito y Pablo Escobar, dos grandes jefes del crimen, fueron derribados por algo que nadie imaginaba: la gastritis. Fito, el narco más buscado del Ecuador, fue localizado por una simple medicina olvidada fuera de su escondite. En cambio, Escobar, el temido patrón del cartel de Medellín, cayó tras una llamada llena de dolor físico y emocional. A ambos se los encontró desaliñados, con barbas crecidas y el cuerpo visiblemente afectado. La pista de Fito surgió cuando los agentes revisaron una vivienda en Montecristi y hallaron medicamentos para el estómago fuera del cuarto blindado. Las sospechas se confirmaron cuando su hija, de apenas tres años, gritó: “Avísenle a mi papá”. El narco estaba bajo tierra, escondido en un búnker, y se rindió al notar que la estructura comenzaba a ceder. Lo capturaron a tres meses de cumplir 46 años. Mientras tanto, Escobar sufría intensos dolores estomacales y no dormía. En su cumpleaños, habló con sus hijos por teléfono. Esa llamada fue la clave para rastrearlo. Un avión espía lo tenía cercado y los agentes solo esperaban el momento para actuar. Cayó en Los Olivos, con barba espesa y el abdomen inflamado, igual que Fito. Aunque sus historias fueron distintas, sus finales se parecen mucho. La presión, el encierro y el estrés acabaron pasándoles factura. El cuerpo les falló justo cuando más necesitaban estar alertas. Lo que no logró la policía, lo logró una pastilla y un dolor punzante. Desde Ecuador hasta Colombia, los capos terminaron delatados por su propia salud.