La situación geopolítica entre Rusia y Estados Unidos toma un nuevo giro con la llegada de una flotilla rusa al puerto de La Habana, Cuba. Esta maniobra, que incluye un submarino de propulsión nuclear pero sin armas nucleares, es parte de una visita de cuatro días que según ambas naciones, celebra su "cooperación internacional" y las "históricas relaciones de amistad".

Los buques, que pasaron cerca de la costa este de Florida, están compuestos por la fragata Almirante Gorshkov, el buque cisterna Akademik Pashin, y el remolcador Nikolai Chiker, además del citado submarino nuclear Kazan. Estos movimientos no solo fueron monitoreados por las fuerzas navales y aéreas estadounidenses sino que también desencadenaron debates sobre las verdaderas intenciones detrás de esta demostración de fuerza.

Este evento se produce en un contexto donde la tensión entre Moscú y Washington es palpable, exacerbada recientemente por declaraciones del presidente Vladimir Putin, quien advirtió sobre posibles represalias si Occidente continúa armando a Ucrania. A su vez, la administración de Joe Biden ha permitido que armas estadounidenses sean utilizadas por Ucrania para objetivos dentro de Rusia, siempre y cuando sean en zonas fronterizas.

Expertos como Famil Ismailov del servicio ruso de la BBC consideran que más allá de las capacidades militares mostradas, la presencia de la flota rusa en Cuba actúa como una pieza clave de propaganda destinada a reafirmar la relación entre ambos países en respuesta a la política estadounidense, enfatizando que estos movimientos no representan una amenaza militar directa, sino más bien un recordatorio estratégico de la influencia rusa en el hemisferio occidental.