Hace 20 años, Otkar Trámpuz descubrió que su tierra natal, el cantón 24 de Mayo, en Manabí, guardaba un tesoro de millones de años: madera petrificada. Este fenómeno ocurre cuando restos de árboles quedan enterrados y, con el tiempo, sus tejidos se transforman en roca por la acción de minerales. El hallazgo se dio en el recinto San Jacinto de la Mocora Grande, en la parroquia Sixto Durán Ballén. Trámpuz notó algo extraño cuando vio a su amigo Pablo Aníbal Blanc sentado sobre una “piedra” diferente. Decidió tomar un pedazo y enviarlo a Manta para estudios arqueológicos. El resultado confirmó que era madera petrificada de más de 30 millones de años. Para los lugareños, esos fragmentos siempre fueron simples piedras pesadas. El material, de gran dureza y peso, conserva la forma original de la madera. Actualmente, se exhibe en el museo histórico de 24 de Mayo. Trámpuz suele preguntar a los visitantes qué creen que es, y casi todos responden “una piedra”. En la zona abundan especies como guayacán, moral, algarrobo, laurel y guachapelí, pero no se ha definido a qué árbol pertenecen las piezas fosilizadas. La madera petrificada se forma con minerales como cuarzo, calcita u óxido de hierro. A nivel mundial, existen bosques petrificados en la Patagonia y Arizona con historias similares. Según registros históricos, Leonardo da Vinci reconoció estos restos como organismos antiguos. Se cree que eventos como erupciones volcánicas o inundaciones sellaron la madera bajo sedimentos. En Ecuador, solo Putumayo y 24 de Mayo poseen este tipo de fósiles. Pese a su valor, ninguna institución protege la zona del hallazgo. Los investigadores resaltan que este tipo de fósil conecta a las personas con la naturaleza y aporta una sensación de estabilidad emocional. Para Trámpuz, su descubrimiento es un orgullo que merece preservarse.